lunes, 26 de mayo de 2014

Un encuentro afortunado con Peter y Sabine Frey

Conocí a Peter y a Sabine en Madrid, hace muchos años, en octubre o noviembre de 1981. Era un momento muy especial para mí. Dos meses antes había fallecido mi padre y un año y medio antes mi madre. Me sentía absolutamente huérfana. Había huido del duelo como de la peste y, quizás por eso sentía como una losa a la espalda. Acababa de empezar la carrera de Periodismo, tenía 30 años y me sentía como la madre de todos mis compañeros de Facultad. Peter había terminado su carrera de Periodismo y se encontraba en Madrid para hacer su tesis doctoral sobre la transición española. Nos presentó un sacerdote jesuita al que yo había conocido en los sucesivos funerales de mi familia y él en Mainz. El encuentro tuvo lugar en La Fuencisla (Segovia), en una especie de retiro espiritual al que yo había ido a parar aconsejada por el jesuita que me veía muy mística y muy perdida como consecuencia de tanta muerte inesperada. Peter no recuerdo muy bien porqué estaba allí. Pero estaba. No hablaba una palabra de español y yo nada de alemán. Los dos chapurreábamos francés y, a través de esa lengua nos hicimos muy amigos.

De izquierda a derecha: Peter, Sabine, Lola y Marga

Al poco tiempo conocí a Sabine, su mujer, y la amistad se amplió. Los dos me animaron a estudiar alemán y me animaron a viajar al verano siguiente a Alemania y pasar las vacaciones con ellos en su casa de Mainz. Me dejé llevar. Tanto Peter como Sabine aprendieron español, más que yo alemán. A pesar de esa fama de "suben-estrujen-bajen", a mí me resulta agradable al oído y muy interesante como idioma, pero soy una vaga contrariada. He hecho algún que otro curso, puedo pedir una wurst en un restaurante, hace eine frage, y dar las gracias; lo malo es que cuando me contestan solo entiendo la mitad de lo que me dicen, pero me arreglo. Este año he retomado, vía on-line, mi estudio del alemán y ahora, una vez finalizado el viaje estoy decidida a aprender el idioma como Dios manda.

A Peter y Sabine hacía unos cuantos años que no los veía. Sabía que él tenía un puesto importante en la ZDF y que Sabine seguía trabajando en la Lufthansa. A su hija Charlotte la había conocido de pequeñita. Ahora, que ya sobrepasaba la barrera de los veinte años sólo la había visto en las fotos que me mandaban sus padres. Me hacía muchísima ilusión verlos de nuevo. Creo que a ellos les pasaba lo mismo conmigo. Las circunstancias se pusieron de nuestra parte, ya que aunque ellos siguen viviendo en Mainz, van casi todas las semanas a Berlín por cuestiones profesionales. En esta ocasión Peter tenía que moderar un programa sobre las elecciones europeas. Nuestra primera cita era justo al día siguiente para desayunar en una cafetería cercana a nuestro hotel. A la hora del programa televisivo estábamos los cuatro en el hotel para ver a Peter en la televisión. 

Con Sabine en Prenzlauerberg


El reencuentro cara a cara al día siguiente fue muy feliz. Contrasté una vez más que cuando la amistad es auténtica no se apaga con la distancia. A los tres (Peter, Sabine y yo) nos habían salido canas (cuando nos conocimos no había asomo de ellas). Ellos lucen con naturalidad sus cabellos blancos, yo me los tiño. Pero, al margen de eso seguimos siendo los mismos, como si el tiempo solo hubiera pasado por nuestro pelo. La verdad es que este reencuentro estaba entre las cosas que más me ilusionaba del viaje a Berlín. Y fue fantástico. Tan cariñosos y entregados como siempre. Desayunamos juntos y después Peter nos llevó al barrio de Kreuzberg donde habíamos quedado con nuestra amiga Clara.

Al día siguiente después de comer quedamos en las estación Nordbahnhof para recorrer con ellos la Bernauer Strasse y el barrio de Prenzlauerberg. Tanto Peter como Sabine poseen grandes conocimientos de historia y, con mucho gusto se convirtieron en unos guías de lujo durante el recorrido por el Gedenkstätte Berliner Mauer (Monumento al Muro de Berlín). A Peter le gusta especialmente la sencillez con la que se reconstruyó la que hoy se llama Kapelle der Versohnung (Capilla de la Reconciliación). Cuando se levantó el muro de Berlín, los gobernante del Este decidieron tirar una bonita iglesia que había entre el muro y el cementerio, para que ningún edificio pudiera entorpecer la visión de los vigilantes. Con la reunificación se decidió levantar una capilla en el mismo lugar donde había estado la iglesia y, llamarla Capilla de la Reconciliación.
Con Peter, Marga y Lalo en el interior de la  Capilla




Con Sabine y Marga en el mural de fotos de la Bernauer Strasse



Con Peter, Lalo y Marga


A la mañana siguiente tenía una cita que también me ilusionaba mucho. En este caso Cristine Daschman, la madre de Sabine, a la que había conocido en mi primer viaje a Mainz. Guardaba un recuerdo buenísimo tanto de ella como de Hans, su marido, quien lamentablemente falleció hace trece años. Hans y Cristine formaban una pareja estupenda, los dos guapos, interesantes y muy muy amables. Recuerdo que pasé unas Navidades en su bonita casa de Mainz con toda la familia y recuerdo con mucha nitidez, la ceremonia de la entrega de regalos en la Nochebuena. Me llamó mucho la atención el que nos ibamos sentando sucesivamente en un sillón que había en el salón para recibir los regalos. Los padres de Sabine fueron muy muy generosos conmigo y me hicieron unos regalos muy bonitos. La verdad es que me resultó muy emocionante, cuando Hans, el padre de Sabine entregó un sobre a cada hijo con una cantidad de marcos que para mí en aquella ocasión era mucho dinero. Y conmigo hizo lo mismo que con cada uno de sus hijos. Es algo que nunca olvidaré, no por el dinero en sí, sino por el hecho de tratarme como a uno más de sus hijos. Era un hombre realmente especial.
se trataba de
Con Cristine en la cafetería de la Villa Oppenheim


Con Cristine nos encontramos en Berlín a la hora del desayuno, en un lugar muy chic y agradable, cerca del Schloss de Charlottenburg: la Villa Oppenheim (Schlosstrasse, 55). Esta villa fue residencia de los Mendelssohn, una rica familia de banqueros. Durante la Segunda Guerra Mundial se convirtió en hospital y hoy alberga una coqueta cafetería con terraza en el jardín, y unas salas de exposiciones con las maquetas de la construcción del castillo y fotografías de la familia. Es muy curioso. Vale la pena acercarse (si uno reside por la zona), tomarse un capucino y una tarta y después visitar el museo. Ese día sin embargo, lo dediqué a mi reencuentro con Cristine. La madre de Sabine aunque ya ha cumplido los 70 años sigue igual de guapa y elegante que siempre. Y, tan amable y dicharachera. Nos comunicamos en una mezcla de alemán e inglés que nos sirvió para que ella me pusiera al día acerca de los viajes que hace con sus nietos y de lo mucho que añora a Hans. Me preguntó si me acordaba de él. ¡Como no¡

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